CPA FERRERE
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Riqueza, felicidad y elección

Seguramente la mayoría de los lectores estén de acuerdo con el refrán popular de que ?el dinero no hace la felicidad?. Amor, salud, familia, trabajo, amistad, Nacional campeón, atardeceres, o astros que azules tiritan a lo lejos, nos recuerdan muchas veces que la felicidad no se compra. Dicho esto, también muchos seguramente estén dispuestos a admitir que aunque el dinero no hace a la felicidad, ciertamente ayuda. En términos de Woody Allen: ?El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia?.

Es que razonablemente, tendemos a asumir que la felicidad y la riqueza tienen al menos, una correlación positiva. Los economistas suponemos que un mayor nivel de riqueza o un crecimiento económico más acelerado deriva en un mayor bienestar social (o utilidad a nivel individual), los políticos suponen que un país en el cual los salarios crecen y el desempleo cae conduce a votantes más felices, y los empresarios confían en que un incremento en sus ganancias los dejarán más contentos.

Sin embargo y a pesar de tanta ?suposición intuitiva?, la evidencia recogida en diversas investigaciones académicas no ha encontrado una relación clara entre riqueza y felicidad. En efecto, uno de los investigadores pioneros en el tema, Richard Easterlin, luego de analizar datos históricos para varios países, ha concluido que: (i) los habitantes de países ricos se sienten, en promedio, más felices que los de los países pobres, pero (ii) no hay relación empírica robusta entre la tasa de crecimiento económico de largo plazo de un país y la evolución en el grado de felicidad de sus habitantes. Esta contradicción generada por la coexistencia de una relación positiva entre felicidad y estado de desarrollo relativo entre países en un momento dado, junto con la ausencia de relación entre el crecimiento en el tiempo de la riqueza de un país y el ?crecimiento? de la felicidad de sus habitantes, ha recibido el nombre de ?Paradoja de Easterlin?.

Diversas explicaciones se han desarrollado para explicar ésta paradoja, y en particular para explicar por qué el crecimiento observado en las últimas décadas en los niveles de riqueza en muchos países del mundo, no ha derivado en forma clara en un mayor grado de felicidad de sus habitantes. Muchas se han centrado en proponer que la felicidad de un individuo (o en términos economicistas, su nivel de utilidad) no sólo depende del nivel de ingreso en forma absoluta, sino en forma relativa. Esto es, la función de utilidad no sólo depende de cuánto dinero gana, sino de cuánto gana en relación de determinados puntos de referencia. Esta literatura propone básicamente dos puntos de referencia independientes pero complementarios: la comparación social (es decir, el individuo valora su ingreso en relación a otras personas, como ser familia, compañeros de trabajo, vecinos, etc.) y la comparación temporal (es decir, el individuo evalúa su ingreso en relación al ingreso pasado o incluso respecto a sus expectativas a futuro). El hecho de que la riqueza relativa tenga un papel explicativo de nuestra felicidad, podría al menos en parte explicar porqué los países se han vuelto más ricos pero no más felices.

Más recientemente, algunos trabajos en el campo de la psicología experimental han provisto interesantes explicaciones alternativas al por qué la felicidad no ha aumentado en las sociedades occidentales desarrolladas. En esta línea, Barry Schwatrz, psicólogo e investigador norteamericano, sostiene que hoy los individuos tienen tantas opciones de consumo, trabajo, carrera, etc., que paradójicamente, éste exceso de opciones termina por generar insatisfacción. De acuerdo con Schwartz ?y contrariamente a lo que sostiene la teoría económica tradicional- un individuo que enfrenta ?demasiadas? opciones (por ejemplo al elegir entre decenas marcas de sopas instantáneas o entre cientos de modelos de automóviles), tiende a terminar inconforme con sus elecciones.

¿Cómo es posible que una mayor variedad de opciones sea perjudicial? El argumento de Schwartz es el siguiente: En primer lugar, la posibilidad de elegir entre ?opciones infinitas?, tiende a generar una suerte de ?parálisis? en el individuo a la hora de la elección, en tanto que el proceso decisorio se vuelve complejo y agotador para el individuo. En segundo lugar, y aun habiendo superado la complejidad de elegir entre cientos de alternativas, tendemos a quedar menos satisfechos con la alternativa elegida. ¿Por qué? Primero, porque al haber infinidad de opciones, tendemos a suponer que la elegida debe ser perfecta. Si una vez elegida sentimos que no lo es, es fácil pensar que alguna de las tantas opciones descartadas sí lo era, lo que conduce a arrepentirnos de lo elegido. Segundo, la existencia de infinitas opciones nos lleva a elevar la expectativa anticipada de que lo elegido sea perfecto. Al elevar exageradamente nuestras expectativas, mayor es la probabilidad de que la realidad nos decepcione. Por último y asociado a lo anterior, si habiendo tantas opciones sentimos que hemos elegido mal, la culpa debe necesariamente ser nuestra (cuando la opciones son pocas o ninguna, el error no es nuestro sino que ?es lo que hay valor?).

El hecho de que los habitantes de los países ricos manifiesten sentirse más felices que sus pares en los países pobres, lleva a pensar que en efecto hay una relación positiva entre riqueza y felicidad. Sin embargo, el hecho de que en las últimas décadas la felicidad de las personas no haya incrementado junto con sus ingresos, revela que algo, quizás la obligación de elegir entre tantas opciones, nos ha vuelto más libres pero también ineludiblemente más responsables de nuestras desdichas. En cualquier caso, ésta no es más que una de varias explicaciones posibles, por lo que creer o no en ella depende, como tantas cosas hoy en día, completamente de Ud.

Por Ec. Rafael Mantero
Analista de CPA Ferrere

Nota publicada en el diario El Observador en edición del día Martes 15 de marzo de 2011